Desayuno en el hotel
Paso bastantes noches al año en hoteles por cuestiones laborales pero esta vez estoy de vacaciones. Es un hotel top de gran nivel: a todos nos gustar darnos un capricho de vez en cuando, ¿no? Intento evitar la temporada alta pero esta vez no ha habido manera así que hay bastante gente en el hotel. Por otro lado, ideal para para pasar desapercibida.
Si hay algo que me gusta de los hoteles, sean de lujo o no, son sus desayunos. Sé que muchas personas se toman con rigurosa calma el desayuno. Son capaces de levantare media hora antes con tal de tener un desayuno completo. Pero yo no: yo prefiero dormir y luego tomar un café, algo de fruta e irme volando a trabajar.
En el hotel no tengo que levantarme media hora antes para hacer el desayuno. Está todo listo delante de mí. Entro en la zona del desayuno y es como si descubriera un tesoro. Todo reluce, todo está perfecto, todo es apetecible. En este hotel, además, tienen de todo, desde leche sin lactosa a mantequilla en spray. Atención al detalle se llama eso.
Pero antes de lanzarme a por mi plato me gusta sentarme en una mesa, tomar posiciones y observar un poco a la gente. Incluso, en ocasiones, alguien del personal del hotel se ofrece a traerme algo, pero declino amablemente: “solo estoy disfrutando del tesoro”, gracias.
Suelo empezar por la fruta: piezas perfectamente cortadas, de todos los colores y sabores. Y me acerco a la máquina de café para elegir entre una de esas cápsulas. “Hoy me apetece café colombiano 100% ecológico”. Después de la fruta llega el turno de las tostadas. Siempre hay algo de cola donde el tostador, con clientes plato en mano echando un ojo a ver si logran el punto adecuado de tueste.
Yo me entretengo mientras con la mantequilla en spray hasta que llega mi turno. Y para terminar el desayuno un segundo café. Algo que nunca haría en casa… además con lo que cuestan las capsulitas. Y al terminar, de vuelta a la habitación, con una última mirada de reojo al tesoro del desayuno: “hasta mañana a la misma hora”.